Wednesday 20 June 2007

El punzante dolor de la libertad

O una vez disidente, siempre disidente

Por Jorge A. Pomar, Colonia

Pocos exiliados han logrado hacer oír sus voces contra la indiferencia, más aún, a menudo contra el rechazo del "mundo libre".
Valdimir Bukovsky

Leyendo una de las últimas entradas en
La Finca de Sosa , a saber, “Estamos rodeados”, me acordé de uno de los libros del género testimonio más instructivos acerca del trauma existencial de los disidentes antitotalitarios recalcitrantes en el mundo libre: están siempre rodeados. Tanto me motivó el chispeante texto de Sosa que, sin poder contenerme, inserté un largo comentario en su blog con citas del libro. Sosa, como de costumbre, ha vuelto a hundir el dedo en la llaga sangrante del exilio cubano. Ese “guajiro” sagaz y franco debe de ser abicú de nacimiento. ¿No se le habrá muerto a él también, de niño, algún hermanito recién nacido? Ojalá que no, pero es él también un espíritu de contradicción. [Ilustración: Alegoría de la libertad, 1937, acuarela de María Izquierdo.]

“Mal de muchos, consuelo de tontos”, reza un sabio aforismo. Sin embargo, visto que algunos exiliados parecen creer que el persistente ninguneo occidental a la disidencia cubana --particularmente por las izquierdas pero no sólo-- obedece a una alergia inédita y que basta explicársela bien para que entiendan nuestra problemática nacional, creo sería saludable convencerse de lo contrario, leyendo las elocuentes citas, de auténtico sabor chejoviano, de
El punzante dolor de la libertad. Sueño ruso y realidad occidental, del exiliado ruso Vladimir Bukosvki. Perdón, si las dejo para el final. Antes deseo aliviarme el pecho hablando desvergonzadamente de mí propio caso.

Leer a Bukovsky aquí en Colonia ha tenido para mí, por enésima vez, el valor absolutorio del recurso a la tercera instancia, geopolítica en este caso. Resumido en pocas palabras: me ha dado la certeza de no estar enloqueciendo en este “pedregoso exilio”, como dijera hace poco Belkis Cuza Malé. Los exiliados de todas las épocas en Occidente han experimentado en carne propia eso que Bukovsky define como “el punzante dolor de la libertad”.

Como el asunto se pierde en los anales de la historia, según se aprecia en las citas del siglo XIX que el autor usa como exergos, nos limitaremos aquí a la modernidad. Ese punzante dolor lo experimentaron desde los judíos perseguidos por los nazis hasta Alexander Solzhenizin, de quien los jóvenes rebeldes burgueses sin causa del 68 contaban un chiste cruel: “Lo único que no le perdonamos al KGB es haber dejado salir a Solzhenizin”.

No en balde la prologuista alemana del libro en cuestión, Cornelia Gerstenmaier, comienza citando el caso de Szmul Zygielbojm, uno de los líderes del Partido Judeo-Socialdemócrata de Polonia. En mayo de 1943, tras el brutal aplastamiento de los últimos focos de resistencia en el gueto de Varsovia, Szmul se suicidó en Londres, “en protesta por la pasividad del mundo de cara al exterminio de su pueblo”. Un escritor célebre de aquella época, Stefan Zweig, autor del desgarrador testimonio El mundo de ayer, hizo otro tanto junto con en Brasil. [Foto: En su lecho de muerte junto a su segunda esposa Lotte. Hay indicios de que en realidad lo asesinó la Gestapo. Pinche aquí para leer su carta de despedida a Friderika, su primera esposa. Y aquí para un revelador artículo sobre el doble suicidio, ocurrido el 22 de febrero de 1942 en Petrópolis, Brasil. El autor llama la atención sobre 23 detalles omitidios en el parte de defunción oficial.]

Por lo demás, pierdan cuidado, estoy muy lejos de imitarlos. Aparte de abicú, soy sibarita incorregible. Nunca hice, ni pensé hacer, huelga de hambre en la cárcel, por entender que de por sí llevaba ya más de veinte años sin comer siempre lo que me apetecía.)

Las 300 páginas escasas de la edición alemana del texto de Bukovsky, intelectual contestatario parapetado en la barricada literaria opuesta a la de su tocayo americano Charles, el del realismo sucio, son un compendio exhaustivo de la perplejidad y los kafkianos tormentos de todo exiliado antitotalitario que no esté dispuesto a rebajar su apuesta por la libertad.

Dentro de su país, los muele la maquinaria represiva; fuera de él, ya a salvo en cualquier país del mundo libre, los tritura esa formidable amalgama de masoquismo, estulticia y mala fe que se gasta la inefable “progresía”, a la que ya Bukovsky designa insistentemente con ese infamante sustantivo colectivo que denota aversión al revolucionario burgués de cafetería de lujo.

Y la maquinaria represiva soviética no se anduvo con él con los miramientos usuales con que la Seguridad del Estado cubana trata a los renegados intelectuales. El KGB lo arrestó por primera vez en 1963, por poseer una copia de
La nueva clase, ensayo subversivo del yugoslavo Milovan Djilas. “Propaganda antisoviética”. Sentencia: quince largos meses recluido en un sanatorio de psiquiatría penitenciaria leningradense. Poco después, ídem durante ocho meses, por encabezar una manifestación de apoyo a los escritores arrestados Andrei Siniavski y Julios Daniel.

La alegría en casa del disidente incorregible dura poco: en 1967 volvió a liderar una manifestación de apoyo a disidentes recién arrestados y fue a dar con sus huesos a una ergástula por trío de años. En unos pocos meses de libertad espiada en 1971, maltratado, interrogado, amenazado de muerte por el KGB, logró la increíble proeza de poner en blanco y negro su rica experiencia en psiquiatría represiva y, con mil y un sigilos, sacar el candente mamotreto al exterior. Reinaldo Arenas en un trance similar se quedó corto al lado del ruso.

Estalló el escándalo. El 5 de enero de 1972 un tribunal condenaba a Bukovsky a un total de 12 años de cárcel, otra vez por “propaganda antisoviética”. Al cabo de cuatro años de protestas en el mundo libre, fue canjeado por el secretario general del Partido Comunista de Chile Luis Corvalán, a quien el dictador Augusto Pinochet mantenía preso en condiciones aún más ventajosas que Fulgencio Batista a Fidel Castro por el asalto al cuartel Moncada: celda especial, platos hoteleros, visitas frecuentes, abogados defensores, literatura a la orden, secreto postal, acceso telefónico, permiso para escribir y publicar, entrevistas con periodistas un día sí y otro también... [Foto: Bukovsky en 2007, cuando fue candidato a presidente de Rusia.]

Corvalán llegó al exilio en Berlín Oriental con cara de perro apaleado pero, a sus sesenta años, rozagante como un cerezo nerudiano, en medio de la alharaca oficial organizada por sus camaradas del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA o SED en alemán). Bukovsky, en cambio, necesitaría años para reponerse de las secuelas de la tortura psicológica y el abuso. Acaso jamás lo haya logrado del todo.

La energía, las ansias de verdad y libertad acumuladas, y su insobornable sentido de la justicia, no le concedieron el reposo del guerrero cívico. Aunque le sobraba fama para dormirse sobre los laureles hasta el fin de su vida en tierras más hospitalarias. Abicú de ley, sus observaciones le llevaron pronto a descubrir insospechadas similitudes entre el mundo libre y el universo concentracionario del que acababa de escapar por un inédito golpe de suerte.

Entre otros libros, en
El punzante dolor de la libertad, publicado originalmente en francés (he buscado en vano indicios de una versión española) dejó testimonio de sus vivencias y reflexiones en un estilo sin pretensiones, profusamente salpicado de ese cáustico humor ruso que hizo a Chéjov y Gógol maestros en el arte de amenizar el horror.

Como he prometido, dejaré a al autor hacerse justicia a si sólo en pasajes traducidos del alemán por mí. Es el mejor homenaje a Bukovsky (ignoro si es vivo o muerto, no he podido averiguar tampoco su fecha de nacimiento) y el único modo de garantizarle al paciente lector criollo que al final va a sacar un provecho neto de la lectura de este artículo. Pero antes permítanme dar rienda suelta, como ya he anunciado, a mi propio ego, que yo también tengo lleno el costal de los agravios aquí en Occidente y la lectura del libro ha tenido la sana virtud de estabilizarme el ego sobre la cuerda floja del exilio.

Mario Vargas Llosa, uno de los pocos escritores latinoamericanos que rompe lanzas sin segundas intenciones por la oposición cubana, nos hizo un favor estimable al declarar que la nuestra era “la más incomprendida del mundo”. Por suerte o por desgracia, él peruano, que suele ser tan certero en sus juicios, esta vez se equivocaba. A no ser que, como yo en este artículo, se refiriera en exclusiva a aquellos escasos disidentes cubanos que, renuentes a dar su brazo a torcer de cara a los intereses de política local en el país de acogida, mantienen en alto el pendón desflecado de la duda sistemática y, salvo en el caso de prominentes como Cabrera Infante, viven en el Viejo Continente igual bajo rigurosa cuarentena, con apenas un par de amigos confiables y escasa solidaridad.

No bien senté mis reales una mañana de noviembre de 1993 en Colonia, me desayuné con la mala noticia de que Franz-Josef Antwerpes (SPD), el presidente del Gobierno de esta antigua villa romana a orillas del RIN, gobernador federal no electo, ostentaba la Orden José Martí. De ahí que no me pillase por sorpresa el hecho de que, al registrarme en la Oficina de Extranjería, una funcionaria me espetara con prusiano rigor en mi cara la siguiente información: “Sabemos que es Usted un ex prisionero de conciencia cubano, pero esta ciudad no le concede asilo político. Pase Usted mañana a recoger una
Duldung (estancia provisional tolerada) por tres meses para qué decida a donde irse”.

Mi por entonces reciente compañera de vida, la alemana Monika López (en la foto con su nieto David), Bauer de soltera) fallecida en 1996, algunos la recordarán como profesora de la Escuela de Letras), hispanista y traductora de Reinaldo Arenas, estuvo a punto de armar un escándalo en sede. A duras penas logré sosegarla. Al día siguiente me informaron que el insulto había sido un lamentable error: la Duldung se trocó por encanto en permiso de residencia por un año.

Como germanista, yo no estaba en Babia acerca de los enredos de la política inmigratoria alemana. Pero una cosa es saberlo y otra vivirlo. Cuando en 1998, doblegado por la nostalgia de mis seres queridos (tengo tres hijos, hermanos y padre en Cuba), trataba de procurarme garantías de impunidad y retorno en todo el que me las pudiera ofrecer (le escribí hasta a la reina de España, doña Sofía; su Alteza real que tuvo la gentileza de contestarme), me acordé del condecorado Antwerpes y acudí a su despacho en la Oficina del Gobernador.

Me las dio, pero antes tuve que espantarme una apología del castrismo con todas las de la ley: las “maravillosas” conquistas sociales en salud y educación; el “criminal”
Blockade (bloqueo); la "mafia" de Miami; ciertos canadienses rústicos a los que él había visto, "con sus propios ojos", comer con la mano, “como las bestias”, en el restaurante de su hotel habanero (aún no sé por qué echaría en un mismo saco a los canadienses junto con sus vecinos del sur); la perspectiva (sic.) “del ingreso de Cuba en la Unión Europea en un futuro no muy lejano”; etc.

Antwerpes coordinaba cada año, ignoro si todavía, el envío de un lote de donaciones a la Isla, en pago al auxilio que las autoridades había prestado a su hijo enfermo durante su primera visita a La Habana, según contó graciosamente al público hace unos años en el lanzamiento de una novela de Pedro Juan Gutiérrez aquí en la villa donde estuvo desterrada la romana Agripina.

En estado de trance, con la mirada todo el tiempo clavada en un punto imaginario de la vasta oficina de puntal neoclásico o barroco, el gobernador colonés era inmune a la nota irónica de los lacónicos comentarios que yo iba intercalando, a media voz para no estropear lo mío, en aquella delirante perorata: “No siempre estudiamos en clínicas”, “Por eso escasea el pargo”, “Las remesas pueden ser un arma de doble filo”, “Leñadores al fin y al cabo, ¿no?”, “Habrá que cambiarle nombre”... Al final, me dio su palabra de que, en un “hipotético” caso necesario, intercedería gustoso a mi favor. Pero esgrimió un argumento que me dejó boquiabierto: “Me consta que el Gobierno Revolucionario prefiere a los disidentes fuera de la Isla”. Sin comentarios, que el realismo mágico no es originario de la América hispana, como creen nuestros críticos literarios.

He tenido, entre otros percances similares, el dudoso honor de ver suspendida, por causa mía, toda una conferencia de la Mancomunidad Renana, integrada por Bonn, Colonia, Dusseldorf y Bergisch Gladbach --todas ellas por entonces ciudades socialdemócratas, si no me equivoco--, debido a un ultimátum del consulado de Cuba en Bonn, que puso como requisito inexcusable para la participación criolla mi exclusión del evento. Del mismo augusto sitio me expulsaron hace poco, so pretexto de que yo había utilizado la palabra
Hure, puta, para referirme a las jineteras.

Dije que no me movería de allí, a no ser con la policía. Y no me moví ni me trajeron a los representantes del orden. Me habían estado denegando la ciudadanía con diversos pretextos durante años. Pero esta vez les gané el pulso y, semanas después, me hicieron entrega oficial del pergamino que me acredita como "ciudadano alemán". No como alemán, "porque, como ve, no soy rubio, blanco y de ojos zarcos, ni tengo madre teutona", como le había respondido a aquella funcionaria volátil cuando me preguntó: "¿Por qué quiere Usted hacerse alemán?" Desde luego, Colonia me ha dado mucho y lo agradezco. No sea que alguno vaya a pensar que soy un mal agradecido. Al contrario, soy yo quien a menudo defiende a capa y espada el estado de derecho y las bondades sociales de la RFA frente a teutones del bando escéptico o mejormundista.

Los tercermundistas y la falange jineteril de esta ciudad donde, al decir de un joven galeno criollo, “hay hasta CDR”, me clasifican a mí, que soy cacique e único indio de mi tribu mental, como el “jefe de la contrarrevolución en Colonia”. Y me tratan en consecuencia. Lo que jamás me había pasado ni por la mente me había pasado era que seguiría siendo un abicú, un apestado incluso entre la Diáspora. Si a ello le sumamos la anécdota que me contó por email mi hijo mayor desde la Isla, el esperpento gótico queda completo.

Hela aquí en síntesis: charlando con un amigo de confianza del preuniversitario en el campo sobre una laptop que yo le había mandado, le contó que su padre había sido militante del Partido, luego disidente y ahora le enviaba dinero y regalos como ése desde Alemania. Para asombro y desconcierto de mi Benjamín, el amigo se salió con esta ironía: “Ah, deja eso, seguro que tu papá es un agente de la Seguridad en misión extranjera, como David". Aludía a un personaje de la telenovela de espionaje
En silencio ha tenido que ser.

En Alemania empezaron a darme de lado casi desde el principio, tan pronto se percataron de que no pensábamos igual, más de un valedor de mis tiempos de cautiverio, empezó a darme de lado, a convertirse en sombra de ausentes a mi alrededor. No se lo tengo a mal, porque el abicú es hijo del maltrato y cuenta con él de antemano. Una vez disidente, siempre disidente. Pero lacera ese desdén por motivos doctrinarios, esa contubernio sin resquicios de la amistad con la ideología.

De mí se podrá decir cuanto se quiera. Ni soy ni aspiro a ser perfecto. Y cuando noto en mi alguna veleidad en ese sentido, mentalmente vuelvo a abrirle el vientre con una cuchilla Gillette a alguna lagartija, como de niño en el patio de mi abuela en Cárdenas. He mandado a tomar por el saco a más de uno de la legión "progre". Bukovsky, que no ve más que matices entre las distintas variantes del socialismo occidental y el comunismo soviético, resume así la reacción afectiva del exiliado ante ese ostracismo sociata:

Ahora en Occidente me percato de repente de que yo era un optimista increíble. [...] Creíamos luchar contra el KGB y el poder del Partido, mientras todos los demás estaban a nuestro lado. Una vez adultos, vimos que luchábamos contre el “hombre soviético”, lo que es mucho más difícil. Ahora se me hizo de pronto evidente que nos habíamos batido prácticamente contra el mundo entero. Si hubiese sido consciente de ello desde el principio, tal vez hubiese tomado otra decisión.

O sea, tal vez Bukovsky hubiese optado por el “exilio rosa”, el único que realmente paga. Creo que yo habría seguido el mismo camino por una pendiente menos abrupta, cambiado de perro con el mismo collar porque, al fin y a cabo, lo que cuenta es el collar. Debo decir que, desde mi primera beca en Siboney al regreso de la Campaña de Alfabetización, sentí una mezcla de asco y admiración por los oportunistas. Lo del asco va de suyo; no requiere explicación, Los admiraba porque a veces, al calor de mis escaches por abicú, se me antojaba que, al menos en el plano cognitivo, probablemente tenían razón. Hoy sé que, en efecto, aquellos chicos cínicos eran sencillamente más sagaces que los ilusos como yo. [Foto: Partidarios de Bukovsky, Moscú, 2007.]

La suspicacia me persigue también entre la Diáspora, combinada con el reproche contrario de "negro reaccionario", proamericano, etc. (aquí en Europa Occidental hay que ser moderado y antiamericano, so pena de excomulgación), proveniente del bando izquierdista local, del jineterismo castrista y de la mayoría de los inmigrantes sudamericanos.

Me recuerda el mal ambiente inicial a mi alrededor en la prisión cienfueguera de Ariza donde, antes de pasarme de la tapiada a una celda de seguridad y de ahí, finalmente, a la galera de mayores, los segurosos a cargo del TOS (Trabajo Operativo Secreto) les habían contado a los presos del Consejo de Reclusos que, en realidad, yo era un agente encubierto infiltrado para investigar denuncias de irregularidades cometidas por el alcaide.

Simultáneamente, habían echado a rodar entre el resto de los reclusos la bola de que yo era un contrarrevolucionario peligroso al que no debían perderle ni pie ni pisada. En la cárcel, tras un divertido interludio en que unos reclusos me trataban como lo uno y otros como lo otro, las dudas no tardaron en disiparse, ya que los presos, como los obreros que menciona Bukovsky en una de las citas enumeradas, son gente de pies planos mentales. En el exilio, tratándose de intelectuales, la sospecha flota en el aire quince años después. O bien, no habiéndose confirmado, me veo echado al olvido. Es como si el hecho de haber sido opositor sin tacha visible en Cuba, y de mantenerme aquí en mis trece, fuese un horrendo pecado original.

El lector ya ha de haberse percatado de que este artículo es a la vez un ajuste de cuentas con mis detractores so pretexto del libro de Bukovsky. Y tiene razón, pero juro que apenas estoy calentando motores. Poco a poco iré vaciando por entrega en
El abicú liberal el resto del abultado costal de mis reconcomios. Sin autocensura, con respeto y mesura, pero igual sin compasión conmigo mismo ni con los demás. Eso bueno tiene la blogósfera, que uno puede desahogarse a su antojo sin que venga una mano poderosa o interesada a vetar el texto, suprimir esto o cambiar lo otro. La tecnología nos hace más libres e independientes. Ya podemos tener hasta periódico individual. Cierto, yo escribo largo y tendido, pero no obligo a nadie a leerme.

Como en los meses de 1991 cuando, siendo aún militante del PCC, firmé la Carta de los Diez y pasé de inmediato a integrar el cuarteto dirigente Criterio Alternativo junto con la poetisa María Elena Cruz Varela y los periodistas Fernando Velázquez y Roberto Luque Escalona. Recordarán los memoriosos que a este último hubimos de expulsarlo por una falsa huelga de hambre que puso en peligro la existencia de aquel grupo opositor. Durante su supuesta “huelga de líquido y de sólido”, comía mejor que los hambreados cubanos de a pie del Período Especial.

Una semana después de que lo soltaran al calor de una intensa campaña internacional en su defensa, y por alguna otra razón más poderosa que sólo él y sus carceleros saben, Luque confesó a María Elena y Fernando (esperó en el apartamento de la poetisa en Alamar hasta que se marchara el “comunista infiltrado”) que el día de su liberación le habían servido un bisté de hígado, “de vuelta y vuelta”, del tamaño del plato, que él se había zampado hasta la última gota de salsa. Léase al respecto “La ‘cena’ más famosa del mundo”
, un artículo original del diario El Nuevo Día (17-08-91) donde un amigo defiende a Luque.

Acto seguido, lo invitaron, "gentilmente" --esos muchachos de pelo a cepillo y cuello de toro se gastan maneras de dandy cuando quieren--, a pasar a una sala de proyección donde le mostraron un vídeo en el que aparecía él en primer plano compartiendo sobrecargada bandeja con su compañero de celda y, finalmente, atacando la indigesta chuleta visceral luego de más de un mes de total abstinencia de “líquidos y sólidos”, cosas veredes, y de inhalar aire viciado en la celda. La
Voz del Cid, la emisora radial de Huber Matos, estafada por la farsa después de haber puesto rodilla en tierra por Luke, transmitiría luego un sketch bufo de esas escenas. Con sólo mostrar a la Isla hambrienta aquel vídeo en el ínterin, las autoridades habrían podido chotear a Criterio Alternativo, haciéndonos un daño irreparable.

La espada de Damocles pendía aún sobre nuestras cabezas. De modo que esa misma madrugada, tan pronto se retiró el falso huelguista, Maria Elena y Fernando arrancaron hacia mi modesta casa en Cayo Hueso, en un segundo piso frente al Parque Trillo. Nos despertaron a grandes voces (no hay timbre en la puerta de abajo) a mí y a Gipsia, y a medio vecindario. Había que tomar una solución drástica antes del comienzo de las transmisiones de TV. Pero, siendo viejos amigos del reo, no sabían cuál. Lucían consternados.

Ahí entro yo en escena por segunda vez. La primera vez, preocupado por su salud, sugerí ordenarle públicamente a Luque que suspendiera la huelga. Así salvaba él la cara y nosotros recuperábamos el sosiego. Se puso farruco. Tal vez a Luque no le falte razón: de alguna manera mis hábitos disciplinarios de secretario ideológico del núcleo del partido en la Editorial Arte y Literatura influían en mi modo se zanjar conflictos. Juzgue el lector. Por cierto, no sería la única vez que tuviese que asumir el mando ante situaciones parecidas. La disidencia es un juego serio, en el que el disidente se juega la libertad o incluso la vida. Muchos no se enteran hasta que ya es demasiado tarde.

“Nada personal contra él –aclaré--. Pero debemos adelantarnos a los acontecimientos. No nos queda más alternativa que expulsarlo sin demora,
urbi et orbi”. Tras un instante de hesitación en que sus rostros se ensombrecieron, ambos visitantes nocturnos aprobaron la moción (órdenes yo no era quien para impartirlas). Antes que saliera el sol, ya habíamos notificado nuestro inapelable fallo, primero, al afectado en su apartamento del Vedado (ahí me soltó por primera vez lo de “comunista infiltrado”) y, enseguida, a Reuters, AP y demás agencias localizables.

No fue una decisión halagüeña. En el fondo, y en la superficie, no estábamos haciendo otra cosa que dar a conocer la primera baja sensible en la escasa nómina dirigente de Criterio Alternativo, restableciendo la unidad a base de trizarla. Y aquí le entra de nuevo el agua al coco, es decir, se empata el hilo argumental del artículo. Luque pidió un último deseo: que se le ayudase a salir del país. Y salió. Cuál no sería mi sorpresa al leer años más tarde en Internet
, ya en el exilio, que en El Nuevo Herald (01-12-91) Luque había publicado un artículo titulado “Odios raciales” en el que escribe lo siguiente:

La persona que ha escalado más rápidamente en la disidencia es Jorge Pomar, tan negro como Bonne [Félix Bonne Carcassés], quien en mayo de 1991 era miembro del Partido Comunista y tres meses más tarde era parte del ejecutivo de un grupo de oposición.

Yo era, pues, su bestia negra. Su encono no quedó ahí. En fecha 16 de julio de 2006, quince años después, vuelve a la carga en
La Nueva Cuba , con la particularidad de que esta vez el odio amnésico no sólo no lo dejó recordar que yo caí preso en noviembre del 91, sino que, en una operación de chapisteo de la memoria histórica, lo lleva a inventar el infundio de que fui este servidor quien metió en la cárcel a Maria Elena y Fernando:

De los firmantes de la famosa carta fueron a la cárcel Maria Elena Cruz y Fernando Velásquez. Fueron encarcelados, no por la carta en sí, sino por el hábil trabajo de Jorge Pomar, un infiltrado en Criterio Alternativo, trabajo desarrollado cuando Pujol y yo ya no éramos parte del grupo.

La nota racista es lo de menos. Ya se sabe que en Cuba se vuelve racista
ipso facto el blanco humillado por un negro o viceversa. Llevamos todos el prejuicio racial en la sangre. Tampoco interesa aquí la tergiversación de la realidad: para Luque es cuestión de vida o muerte probar que soy un agente encubierto, aunque ahora mismo no sé dónde me habré infiltrado. Otros me acusan de ser agente de la CIA; me interesa esa plata acumulada en algún banco, porque la CIA paga bien, pero no sueltan prenda, por más que me comprometa a darles la mitad del importe total.

En realidad, ni siquiera el propio Luque cuenta a los efectos de este artículo. En realidad, su rencor es más que comprensible. Lo que sí cuenta, me ofende y desconcierta, es el hecho escandaloso de que yo enviara sendas cartas a la dirección de ambas publicaciones contestatarias, exigiéndoles el derecho de réplica y no se hayan molestado en acusar recibo. No es la primera ni la segunda vez que me ocurre. Sé de otros que se quejan de esa inconcebible falta de cortesía en entidades que combaten al castrismo precisamente en defensa, entre otros derechos, de la libertad de opinión y expresión.

En fin, estamos ante un serio problema de ética. No en balde, la revista digital
Consenso , que hasta hace poco era el órgano de la Corriente Democrático Socialista y/o de Arco Progresista en la Isla, insiste tanto en sus últimos números en el tema de la ética disidente. En Consenso estalló una rebelión contra Manuel Cuesta Morúa, a quien los redactores insubordinados tienen la gentileza --o quizás la precaución, por aquello de “no dar armas al enemigo”-- de no mencionar en su primer editorial libre del tutelaje socialista democrático, donde explican lo sucedido. Con suma cautela, porque la verdad molesta también entre nosotros.

Tanto molesta que pocos líderes u órganos digitales opositores de dentro y de fuera, si es que alguien lo ha hecho, se han dado en público por enterados del acontecimiento. Ni hablar ya de expresar abiertamente solidaridad y apoyo a esos redactores, que sin duda corren un peligro tan grande como el silencio a su alrededor. He aquí un párrafo extraído del artículo “Empezar por la ética: una necesidad insoslayable”, de Dimas Castellanos en
Consenso:

A cada proyecto de transformación social le corresponde un tipo específico de conducta, pero los hombres que se lo plantean, resultados de una determinada historia, momento y cultura, son portadores de patrones morales que casi nunca se corresponden con los que requiere la nueva meta y que por tanto impone su creación.

Un poco abstracto pero, a buen entendedor... Bien, ya mi ego está satisfecho por hoy. Pasemos, pues, a las citas prometidas. Además de las publicadas en el comentario al blog
La finca de Sosa, añadimos muchas más de ñapa. En ellas los exiliados cubanos en Occidente, me refiero sólo a los coherentes, claro, pueden apreciar que la falta de solidaridad por estos lares no es nada nuevo bajo el sol, o el cielo encapotado. No estamos tan despistados. Disfruten estos párrafos de Bukovsky, cambiando los nombres y toponímicos que haya que cambiar:

En la Unión Soviética la Glasnost (opinión pública) había sido para nosotros un arma, un medio de lucha contra la falta de derechos y la arbitrariedad, y también una protección, algo así como una cuerda de seguridad para alpinistas. “Glasnost” es como un juramento de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

¿Pagaría un colonialista de tipo clásico varios millones de rublos diarios a Cuba, que se halla a 12 mil kilómetros de él, del otro lado del globo terráqueo?

Si la URSS desea la paz exactamente igual que nosotros, ¿por qué entonces no se puede impedir una guerra sin distensión? [...] Un momento, ¿para qué necesita la URSS liberalizarse, siendo un país como cualquier otro?

Conocemos demasiado bien la mentalidad de nuestros “camaradas del Kremlin para creer siquiera por un segundo en la casualidad de su decisión [la de canjearlo a él por Corvalán] o, digamos, en una metamorfosis humanitaria. A esos no se les ocurre hacerse daño a sí mismos sin necesidad.


No sin ayuda consciente del régimen soviético, ha surgido en Occidente el mito de que el régimen no reacciona a la presión externa. Occidente, que lo mide todo con su propia vara, es propenso a dar por fracasada toda acción política que no obtenga los resultados deseados en el curso de dos o tres años. Se encogen de hombros y se abandonan a la desilusión. Justo eso buscan los estrategas del Kremlin.

En el Pravda [Verdad] no hay isvestia [sic. Noticias]; en el Isvestia no hay pravda. Así reza un aforismo popular entre los periodistas soviéticos.


Los lectores primitivos sin pretensiones intelectuales tienden a mirar los periódicos soviéticos sencillamente con la semántica invertida, como quien dice en un espejo. Si alguien es insultado, lo consideran buena persona; si es elogiado, mala persona. Si se habla de paz, es que va a haber guerra, y hay que correr a comprar jabón, fósforos, sal, antes que desaparezcan de las tiendas. Si se alardea con una cosecha jamás alcanzada, cundirá el hambre.

Digamos que dice la prensa que “hasta el diario burgués Le Monde se ha visto forzado a admitir que...”; o que “hasta un periódico tan hostil a nosotros como el New York Times informa que...”; o que, mejor aún, “el periódico Guardian, nada sospechoso de simpatías por el comunismo, escribe...”, entonces hay que anotarle un éxito más a las fuerzas soviéticas, progresistas o semejantes. El lector se disgusta: “¿Quién demonios los obliga a batir palmas, burgueses e inamistosos como son?


Incluso cuando, según el principio del reloj parado, que dos veces al día da la hora correcta, aparece en los periódicos una noticia fidedigna, nadie se lo cree. En nuestro país [...] la prensa sólo se lee para pillar al Gobierno en otra mentira, alegrarse de sus fracasos o preguntarse: “¿Cómo se van a zafar esta vez? ¿Cuáles idioteces se les ocurrirán?”

Un agente hace de halcón; el otro, de paloma.
"¡Tu, vas a confesar, so hijo de puta, o yo te reviento aquí mismo", vocifera el primero. Ivan Ivanovitch, cálmate, hombre. No te alteres", intercede el segundo. "Te estás pasando. ¿Quá va a pensar de nosotros la gente? Después de todo, no somos animales salvajes. Recupera el aliento, Ivan Ivanovitch. Déjame esto a mí. Ya verás qué bien yo me entiendo con él. Si, en definitiva, no queremos hacerle ningún daño".


Aquí se sobrentendía que ellos [los exiliados] debían haberse quedado en la URSS, pues sólo bajo la opresión se sentían en su elemento. O bien, otro argumento, genial por su refinamiento: “Puesto que ustedes han sufrido bajo el régimen, se nos explica, no pueden ser objetivos e imparciales”. ¡Osada afirmación! Siguiendo esa lógica, tampoco hay que escuchar a un prisionero de Auschwitz, puesto que sufrido allí”. [...] Los desertores no son creíbles; las víctimas no son objetivas, y la mayoría intimidada calla...

Para una determinada parte del establishment occidental (las “fuerzas de la paz”) nuestro movimiento era una espina en el ojo. Esas gentes preferían amigarse con el régimen soviético y concederle todo lo que pidiera. Lo que a uno le van a quitar de todos modosa las malas , es mejor cederlo a las buenas. No tenía ningún sentido irritar al “oso ruso”. Sobre todo querían exportar, exportar, exportar, de todo: desde Coca Cola hasta dignidad humana. Incluso se habían compuesto la teoría de que de que todo movimiento de liberación en el Este era peligroso, ya que alteraba el equilibrio en el mundo y podía desatar una guerra. Un comunista con la barriga llena era preferible a uno hambriento. El comercio era un instrumento de paz.

Para otra parte del establishment (las “fuerzas del progreso y el socialismo”) éramos no sólo una espina en el ojo sino un cuchillo en la garganta. Sus representantes veían a la URSS como un aliado “objetivo” contra el cual cualquier crítica era sumamente indeseable porque, indirectamente, atacaba también a su propia ideología. Con nuestras declaraciones sacudíamos los cimientos de su bienestar.


Una campaña pública es un fenómeno desconcertante. Con el aluvión de noticias sobre dolor, horror y desgracia humanos que derraman sobre nosotros cada día, es asombroso que las personas no hayan acabado embotándose, volviéndose absolutamente indiferentes.

Este país [Gran Bretaña durante la crisis de los 70] da la ruinosa impresión de un buque que se va a pique lentamente, a bordo del cual tanto la tripulación como los pasajeros se empeñan en hacer como si todo estuviera en orden, a fin de hundirse dignamente.

En un estado totalitario la persona existe para un determinado fin, aun cuando ella mismo no crea en ello; en la democracia la persona existe para su propio placer. Por eso no se le puede inducir a hacer sacrificios en aras de fines abstractos.


Quizás se trate de una ley natural: el ser humano tiene que pasar por situaciones críticas para desarrollarse a plenitud. ¿O, al contrario, es la ingenuidad el estado normal del hombre, y las experiencias amargas sólo echan a perder el alma, de manera que desde la infancia nos convertimos en ancianos cínicos?

La única consecuencia del fascismo y la Segunda Guerra Mundial es una tendencia irracional “a la izquierda”, signifique esta “izquierda lo que se quiera. Ser de izquierda se ha convertido en un fetiche, y cualquier político a la derecha de los socialistas se ve ya tildado de “fascista”. Por eso el mundo está hoy más cerca del “fascismo rojo” que la Europa de anteguerra de los “pardos”.


"...son [se refiere a la intelligentsia británica] brillantes, ingeniosos interlocutores, expertos en arte y literatura. Pero tienen una peculiaridad: Hitler y Churchill fueron idénticos para ellos. Inútil contradecirlos: a las primeras frases, sus rostros reflejan tedio, y giran la cabeza hacia otro lado".

Es notorio que la mayoría de los comunistas --como también la mayoría de los socialistas-- hoy en día ya no tienen nada en común con los obreros. Se trata de intelectuales, personas de “clase media”, como gustan decir aquí. Cuanto más ricos son, tanto más de izquierda; cuanto más de izquierda, tanto más ricos. Eso parece haberse convertido en una ley en Occidente. Al principio experimentaba yo algo así como un placer estético escuchando sus disertaciones acerca de “los sufrimientos de los trabajadores”. ¿Tienen un complejo de culpa, es una pose, necedad o sencillamente cosquilleo nervioso?

Los cristianos quieren repartir sus haberes propios en forma voluntaria. En cambio, los socialistas quieren repartir haberes ajenos a la fuerza. ¿Por qué no puede uno repartir sus bienes voluntariamente, sin recurrir al socialismo? Amén de que no haría falta ninguna burocracia, y el mundo sería mucho mejor.

En dos meses un obrero puede descubrirle las mentiras al sistema soviético mejor que un intelectual que haya vivido dos años allá.


No sé cómo Marx llegó a la conclusión de que los obreros debían tener una idiosincrasia revolucionaria, de que "el proletariado no tiene nada que perder salvo sus cadenas". Al contrario, en mi opinión, esta capa social es la más inmóvil, despreocupadamente dispuesta a cambiar libertad por seguridad.

No tiene ningún sentido charlar acerca de las contradicciones del marxismo mismo, porque la mayoría de ellos jamás ha leído a Marx ni a Engels, ni a Lenin.

Para terminar, una anécdota humorística real (abreviada) que no tiene desperdicios. Sobre el mano a mano entre Jruschov y Nixon:

...Jruschov adoptó un tono duro. Él sabía que Nixon era un enemigo del comunismo, de la Unión Soviética, un ardiente defensor del capitalismo.

Nixon replicó que, en efecto, era un defensor del capitalismo, pero se había criado como un niño pobre en una pequeña granja de California, donde también tenía que hacer los trabajos más difíciles.

Jruschov aseguró que él también se había criado como uno de los más pobres entre los pobres. Había andado sin zapatos e ido a palear estiércol para ganarse un par de copekes.

Nixon contestó que él también había sido pobre, andado descalzo y paleado estiércol.

Jruschov lo interrumpió: ¿qué clase de estiércol había paleado Nixon? Estiércol de caballos, respondió Nixon. Eso no era nada, opinó Jruschov. Él mismo había paleado estiércol de vacas. Eso era mucho peor, apestaba, se pegaba a los pies y los dedos gordos.

Nixon: Yo también tuve que palear estiércol de vacas. Jruschov se mostró escéptico. Tal vez Nixon hubiese paleado estiércol de vacas una o dos veces. Pero abono animal era una cosa. En cambio, él había tenido que palear excrementos humanos. Eso era mucho peor.

Nixon ya no trató más de superar a Jruschov. Abandonó el Kremlin como en estado de shock.

6 comments:

Anonymous said...

abicú:
Esto tienen de bueno los blogs: que son muy personales y que puedes decir lo que quieras...Tremenda descarga metes; muy interesante, eso sí.

Infortunato Liborio del Campo said...

Cojones, que bueno está esto...

Te comprendo Abicú, en el poco tiempo que llevo aquí (en el democrático occidente) he podido constatar un poquito de todo esto que tú dices.

Se siente uno solo...pero por lo menos con los malos (la derecha) tú sabes a que atenerte, te puedes caer a los piñazos con ellos...pero de la izquierda nunca puedes estar seguro de quien te va a dar una puñalada por la espalda...por lo menos esa es mi conclusión... yo he optado por alejarme de mis amigos... creo que entre mis enemigos me encuentro mejor.

Manuel Sosa said...

Jorge, veo que estás reforzando una tendencia de la blogosfera in exile, y la aplaudo con deseos de seguirla. Pues creo haber escrito por ahí que nos quedan muchas memorias (memoirs) por escribir. No sé, aprovechando el stand by de la poesía y la narrativa, nuestro testimonio tiene que subir al estrado y dejarse oir. Te aplaudo y quedo a la espera de más. Gracias.

P.D: Hoy es que puedo detenerme a leer blogs, pues estuve de hospitales hasta ayer. (Apendicitis de mi esposa). Todo bien ahora, a dormir un poco, y ya volveremos a la carga.

Jorge A. Pomar said...

Gracias a los tres. Para rendirle homenaje a Dovstoievski, que entendía de eso: el recurso a la tercera instancia, cuando es favorable, actúa como un bálsamo en el alma de los ratones acorralados. Cuando es desfavorable, les ayuda a afilarse los dientencillos, a refinar la baba corrosiva del resentimiento justo.

Menos mal que la blogósfera gratuita ha venido inesperadamente a concedernos el derecho al pataleo.

Jorge A. Pomar said...

Gracias a los tres. Para rendirle homenaje a Dovstoievski, que entendía de eso: el recurso a la tercera instancia, cuando es favorable, actúa como un bálsamo en el alma de los ratones acorralados. Cuando es desfavorable, les ayuda a afilarse los dientencillos, a refinar la baba corrosiva del resentimiento justo.

Menos mal que la blogósfera gratuita ha venido inesperadamente a concedernos el derecho al pataleo.

Anonymous said...

ah, pomar, le cojiste el gustico al blog, ¿eh? ¿Cuántas veces te lo dije? Tanto que te he enseñado en la vida y te niegas a reconocérmelo. Feliz *9 años, hermano.